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Capítulo 18 Al día siguiente el mundo ya no tenía el mismo color, cuando abrí los ojos, la penumbra me pareció nítida, como si pudiera ver a través del aire. Cada partícula tenía forma, contorno y vida. Sentía los sonidos antes de que ocurrieran, los pasos de Luca en el piso superior, el murmullo lejano de la lluvia contra los cristales, el crujido leve del techo como si la casa respirara. Y mi cuerpo… podía sentir que mi cuerpo no era el de antes. Me incorporé, desnuda sobre un colchón que habíamos arrastrado hasta el salón, y sentí cómo mi piel vibraba, como si una corriente eléctrica la recorriese en silencio. Cada músculo obedecía con precisión quirúrgica y el aire me olía a cosas que antes no podía nombrar: a deseo seco, a miedo contenido, a ceniza, a madera vieja, a Luca… Y a mí misma. Me llevé una mano al pecho, mi corazón latía, sí, pero con una cadencia distinta, era más lenta y poderosa, como si cada latido fuera un tambor lejano en una guerra que todavía no había empezado. Bajé la mirada a mis piernas, tenía mordiscos marcados, estaban rojos, morados, amarillentos… en mi brazo tenía uno que todavía parecía que sangraba. Lo lamí sin pensarlo y el sabor me excitó, no por la sangre, si no por el poder, era mío y todo lo que yo era ahora nacía de ese sabor. Me puse en pie y por primera vez no sentí miedo a nada, ni a que viniese Vesna con el consejo, ni a que Luca pudiese hacerme daño, ni si quiera al paso del tiempo… Solo sentí conciencia de cada centímetro de mi cuerpo y de cada cosa viva a mi alrededor. Luca bajaba las escaleras, pude escucharlo casi antes de que diera el primer paso y lo olí cuando torció en el pasillo, cuando lo vi, supe que él también había notado algo diferente. —Por fin has despertado —dijo, con una sonrisa suave, pero pude percibir que era algo tensa. No le contesté, tan solo lo miré y debí hacerlo con tanta intensidad que él… dio un paso atrás. Fue pequeño, casi imperceptible, pero lo dio. —Alba… —murmuró. Me acerqué, no tenía intención de hacerle daño, solo sentía… hambre. Sentí el deseo desbordado de tocarlo otra vez, pero también con la certeza de que algo había cambiado entre los dos, ya no éramos presa y cazador, ni siquiera podría llamarnos amantes, éramos algo nuevo. —Anoche bebí tu sangre y tú la mía… ¿ahora qué soy? —le pregunté sin adornos. Luca me miró como si tratara de descifrarme y se rindiera en el intento, bajó la cabeza un segundo, luego la alzó, sus ojos parecían confundidos y asustados a la vez. —No lo sé —confesó—. Hasta donde sé un cazador nunca había intentado convertirse en uno de nosotros… lo que sea que eres ahora… no existía antes de ti. Me detuve a dos pasos e llegar a su lado, esa frase… era cierta. Lo sentí en los huesos. —¿Tienes miedo de mí? ―pregunté con un hilo de voz. No respondió de inmediato, se acercó despacio, como si estuviese domando a un animal salvaje. Me rozó la mejilla y yo cerré los ojos, su simpe contacto me hizo estremecer, pero no de ternura… sino de fuerza contenida. —Sí —dijo finalmente—. Tengo miedo, porque quiero estar contigo, a tu lado, y no sé si solo desearlo será suficiente. Lo besé sin poder evitar hacerlo, pero fue un beso sin una piza de dulzura. Un beso que sabía a adiós y a renacer, lo empujé contra la pared, mis piernas se enredaron en su cintura y volví a sentir la pulsión en mi vientre, el deseo y el hambre, pero ya no era solo sexual, era puro instinto. Luca me sostuvo con fuerza, pero no luchó. Sus colmillos rozaron mi labio y su cuerpo se tensó. —Si me lo pides… lo haré —susurró—. Si quieres probarme otra vez. Negué. —No ahora, no necesito sangre, quiero otra cosa. Y lo arrastré hacia el suelo, donde la penumbra nos acogía otra vez como un nido. Donde el mundo podía esperar, y yo, la criatura nueva que despertaba dentro de mí, podía aprender a usar sus alas. |
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